2020 LA PRUEBA DEL EGO
EL EGO DERROTADO
Desde tiempo inmemorial el hombre ha tenido el deseo de dominar o controlar la naturaleza en beneficio propio, actitud que le ha permitido el progreso y el avance, sin el cual no habríamos llegado a la situación actual. En ese intento se ha tropezado en su camino con no pocos obstáculos que han frenado o ralentizado dicha aspiración humana: guerras y epidemias, entre otros.
Si nos detenemos en las pandemias que han asolado y diezmado a la población mundial, podemos hacer referencia como más significativas a la Peste Negra, que asoló Europa en la segunda mitad del siglo XIV, la Gripe Española que realmente se originó en los Estados Unidos en 1918, la Viruela en el siglo XVI o la Gripe asiática en 1957. Con anterioridad se registraron plagas de Peste en el Imperio Romano y más recientemente, el SIDA o el Ébola.
Si bien ha sido la Medicina, que no los gobernantes, la que ha puesto coto a la pérdida de innumerables vidas humanas, su eficacia ha estado en todo momento supeditada a los avances y al progreso de la Ciencia. Pese a ello, el afán de control y dominio sobre la enfermedad, siempre ha puesto de manifiesto la pequeñez humana frente a lo desconocido y la impotencia frente a virus y otros agentes similares ha quedado patente una vez más ante el feroz ataque del COVID-19. Las falsas y débiles seguridades que, todo grupo humano albergaba, ha herido en lo más profundo de su ser nuestra imagen, orgullo y autoconfianza. El ego humano se ha mostrado sensible y vulnerable ante la enfermedad.
La idea de progreso dominante e inserta en lo más íntimo de nuestra cultura, choca con el carácter regresivo de la nueva situación, algo que lleva a plantearnos la viabilidad del avance, al margen del descubrimiento de una vacuna que pueda generar una inmunidad que nadie puede garantizar como definitiva. El deseo de evitar el azar y tenerlo todo bajo control, propio de la mente prepotente choca con la idea de tener que enfrentarse a un enemigo incierto e incluso desconocido, de ahí la rebelión del ego personal frente al adversario que le amenaza.
El filósofo Martín Hopenhayn dice al respecto que “la pandemia es un golpe al ego de toda la especie” y esta cita resume y clarifica la situación en la que han quedado sumidos aquellos que venían pensando y haciendo alarde del control humano sobre la naturaleza. Obviamente nada más lejos de la realidad porque ha supuesto una disfunción en nuestra vida ordinaria que obliga a replantearnos la situación y el devenir de los tiempos, cambiando esquemas mentales de funcionamiento que se han quedado obsoletos e inoperantes frente a nuestras ambiciones.
El ego da sentido y conforma nuestra identidad, organizando la percepción del mundo, nuestras creencias, experiencias y guiando la conducta de acuerdo con todo ello, pero cuando la experiencia o la evidencia no es la esperada por él, el resultado es la actitud de rebeldía y desagrado, de frustración en definitiva porque las leyes naturales no han podido ser controladas, es más, se han vuelto contra él.
Venimos de un pasado sujeto a comodidades, certezas y seguridades, a un presente con esperanza, pero con dudas, en el que poco o casi nada hemos aprendido porque no aceptamos renunciar a los niveles de comodidad anteriores, y nos dirigimos a un futuro con hipótesis negativas, con nuestra libertad secuestrada por los miedos, en medio de un estado de alarma continuo y con más sombras que luces porque seguimos sin saber si se trata sólo de la punta del iceberg y es sólo el comienzo de una era en la que epidemias o pandemias similares o distintas puedan hacer acto de presencia, bien sea a causa de la manipulación humana o del maltrato que le estamos infringiendo a nuestra “casa común” en palabras del Papa Francisco.
Parece lógico pensar que el ser humano ha tenido motivos para humanizarse aún más, conmovido por este hecho, pero la triste realidad es que su ego le ha llevado a replegarse en sí mismo, con la única libertad para aislarse o exponerse al contagio, tal vez a consecuencia del famoso “aislamiento social” al que estamos sometidos. Detecto que, lejos de responder ante la desgracia con solidaridad y amplitud de miras, lo estamos haciendo con un individualismo exacerbado según la política de “sálvese quien pueda”. La conclusión evidente es que el distanciamiento social y la brecha económica ha aumentado en nuestros días.
Llegados a este punto e intentando eludir un pesimismo fundado, estimo oportuno hacer un replanteamiento de los valores sobre los que fundamentamos nuestra existencia y motivaciones. No cabe duda de que se ha producido un “antes” y un “ahora”, quedando por dilucidar cómo será el “después”. Estimo que nada volverá a ser como antes, algo que puede ser interpretado como negativo pero también como positivo, siempre que esta situación adversa haya sido motivo de aprendizaje y motor de nuevos presupuestos en los que basar nuestra existencia.